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noviembre 09, 2010

SEÑALES




Tu camino- decía.- se compone de señales que debes saber interpretar.
Cuando empezaba a hablar de las señales siempre acababa con una frase que no he entendido hasta hace muy poco. Decía:

“Hay que sentarse y ver el horizonte, ver el árbol y no la rama, concentrarse en lo absoluto en lugar de en las piedras del camino “.

Yo nací en una pequeña casa de un pueblo pequeño, con casi nada y al mismo tiempo con todo en las manos. Crecí en medio del olvido, odiando el silencio que envolvía mis días. Nunca hubo risas, ni música, ni juegos. Eso eran detalles que había que obviar, no servían para nada y además me distraía –según las mujeres de mi familia- de la meta que debía conseguir.
Ellas, mi abuela y mi madre, servían en la casa del Señor, el único industrial de la comarca y dueño de casi todo el pueblo. Don Julián quedó viudo al parir su esposa y se rumoreaba que era arisco y frío como el viento del invierno y que ni siquiera se le había visto sonreír con su único hijo jamás. Benjamín que así se llama el chico tiene mi misma edad pero una salud delicada. Nadie, excepto mi madre, su Nanni, sabía qué le pasaba a Ben, Ahora yo también lo sé...

Mi abuela solía decir que yo sería la primera mujer de los Amado a la que llamarían Señora. Para ello se empaparon de toda la etiqueta y educación de la gran casa y me adiestraron en las “buenas maneras” tanto en la mesa como fuera de ella.
Cuando cumplí dieciocho años mi abuela sacó del arcón el mejor vestido, me mandó bañar y perfumar y hasta me pintó las uñas de manos y pies. Me compró un sombrero nuevo y al salir de nuestra casa me dijo:

     - Prepárate. Hoy conocerás a los señores. Voy a llevarte a la casa grande y espero por tu bien que recuerdes cada una de las lecciones que te hemos enseñado desde niña.

Las piedras se me clavaban en los pies, pero la emoción era tal que no notaba el dolor.
Aquellas piedras fueron mi primera señal: habría dolor en el camino.
Cuando llegamos a la casa y entramos por la puerta de servicio, me mandó lavarme de nuevo los pies para quitar el polvo de la caminata y sacó de su bolso un par de medias y unas sandalias de tacón. Me apremió a que me las pusiera y a que saliera al salón. Me empujó a través de la puerta y me sentó en el sofá diciéndome:
- Se amable con el señor, bajará enseguida. No lo enojes y no nos decepciones a nosotras. Confiamos en ti.

Recuerdo que el miedo hacía temblar mis piernas y no me daba cuenta del taconeo que provocaban.
No tardó en bajar Don Julián. Trajeado y almidonado hasta los bigotes me sonrió mientras su mirada recorría todo mi cuerpo provocándome un escalofrío.

Mar, me dijo, por fin has llegado. Tenía ganas de conocerte y de comprobar si eras tan buena hembra como me habían contado. Tu abuela y tu madre dicen que estás preparada. Veamos.

Se sentó a mi lado y posó sus manos sobre mis rodillas, parando en seco el ruido de los tacones y casi mi corazón.

     - Tranquila, no va a pasarte nada. Voy a contarte mis planes que al fin serán los tuyos y los de mi hijo. Sólo tienes que recordar una cosa, el Silencio. Nadie debe saber jamás, nadie debe sospechar jamás.

Así fue como empezó mi historia en la Gran casa. Me convertí en esposa de Ben y en amante de Don Julián. Sufrí violaciones continúas hasta que quedé embarazada de un varón, asegurando así la dinastía de Don Julián y su herencia.
Creí que acabarían mis vejaciones cuando llegara ese momento, pero no fue así.
Ha seguido humillándome hasta el mismo día de su muerte.
No fui yo la única víctima. Ben era tan victima como yo. Su enfermedad le hacía estéril y lo convirtió poco menos que en una marioneta en manos de su padre.
Con los años hemos llegado a ser amigos. Nos unen lazos de sangre y odio. Yo soy su esposa y la madre de sus hermanos.

El silencio me ha acompañado desde niña, y ahora cuando ya tengo cuarenta años no merece la pena gritar. Todos han muerto ya., la abuela, mi madre, Ben.
Los chicos son mayores y estudian en la ciudad y vuelvo a oír el silencio que me envuelve.
Ahora entiendo la frase de la abuela, No miro atrás, no veo las piedras del camino que llevaron hasta aquí. Ahora soy Doña Mar, la señora de la casa grande.

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