Tú que ahora estás leyendo ésto no esperes encontrar relatos de calidad, ni brillantes ni siquiera originales.Es mi rincón, el lugar donde dejo fluir mi imaginación, mis sentimientos y la tapadera que guarda mi esencia.Gracias por entrar en mi rincón, siempre serás bienvenido.

noviembre 12, 2010

EL BRILLO DEL ORO




Tengo diez años y ya he matado...


Como cada día, cuando aún la noche no ha decidido irse a dormir, nos levantamos mi hermana Mandy y yo. Ella prepara un cuenco de gachas calientes, única comida hasta que volvamos en la noche. Yo no veré el sol y Mandy se quemará bajo sus rayos. Yo trabajo en la mina y ella pide limosna en el mercado del pueblo. El frío es intenso a esas horas y se filtra entre las tablas de la chabola. Mandy hace lo que puede por mantener la casa caliente y limpia desde que murió mamá.
Al salir me espera Don Florencio en su camioneta junto con los otros, niños como yo. Todos en silencio como muertos sin voz. Mandy me dice adiós desde la puerta y yo le envío un beso con la mano, de espaldas, no quiero que me vean.

Hace días que Don Florencio viene a buscarme hasta la puerta y saluda a mi hermana pasándole la mano por la cabeza y el hombro. Cada día se entretiene mas con ella y cada día me gustan menos las miradas que le dedica. A la luz del candil puedo ver el brillo de la maldad en sus ojos. Un brillo frío como el del oro que sacamos en la mina. Todos le tenemos miedo. Usa el látigo y el bastón cuando estamos tan cansados que sin querer el pico se nos cae de las manos y los brazos se niegan a seguir. Él nos “ayuda”, dice, a espabilar.
Ésta mañana le pidió agua a Mandy y entró en la chabola con ella. Yo quise entrar también y me dio un golpe tirándome al suelo y amenazándome con el bastón.
Oí gritar a Mandy y asomándome por la ventana vi que don Florencio la golpeaba y le tapaba la boca. La tiraba sobre el jergón y él se tiraba encima de ella. Mandy luchaba y lloraba a gritos y se retorcía bajo su cuerpo.
Yo no entendí bien que estaba pasando pero sabía que mi hermana estaba en peligro.
Corrí hasta la camioneta y cogí un pico de la mina. Sin pensarlo entre en mi casa y sin darle tiempo siquiera a ver qué estaba pasando, le clavé el pico en la cabeza, tan fuerte como nos decía que lo teníamos que clavar en la roca.
Mandy dejó de gritar y me miró con los ojos llenos de miedo, ese miedo que yo conocía tan bien, ese miedo que había sido mi compañero desde hacía cuatro años.
-Deja de llorar Mandy. Se acabó, ya nunca te hará daño.

Los otros chicos se asomaron a la entrada y entre todos lo llevamos hasta la camioneta. Tiramos la furgoneta por el barranco y se incendió.
Cada cual salió corriendo para su casa y nosotros decidimos escapar. A lo mejor encontraríamos una buena gente que nos ayudara. Si nos quedábamos, otro Don Florencio aparecería al día siguiente.

¡Hay tantos Don Florencios!...

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