Tú que ahora estás leyendo ésto no esperes encontrar relatos de calidad, ni brillantes ni siquiera originales.Es mi rincón, el lugar donde dejo fluir mi imaginación, mis sentimientos y la tapadera que guarda mi esencia.Gracias por entrar en mi rincón, siempre serás bienvenido.

julio 25, 2013

Más que un sueño. ( Relato erótico)



Maldito verano. Julio está siendo abrasador, el más caluroso en décadas, y mi aparato de aire acondicionado ha decidido fundirse.
He utilizado cuanto tengo a mano para bajar mi temperatura corporal: abanicos, duchas frías, cubitos de hielo… Nada sirve, nada es lo suficientemente duradero para que me permita desarrollar mis actividades cotidianas. Eso de tener la oficina en casa tiene sus recompensas pero en ocasiones se convierte en un infierno.

Las gotas de sudor hacen rafting entre mis pechos. Mis muslos, mis brazos, están húmedos.
Por si fuera poco han decidido asfaltar la calle y no puedo abrir la cortina de mi terraza o quedaría expuesta a las miradas de los obreros y ya no llevo encima más que mi ropa interior.
Los obreros… parece que los han elegido para mortificarme. El capataz es un maduro interesante que tiene a su cargo una brigada que parece salida de un calendario del Cuerpo de Bomberos.  Únicamente llevan puesto el chaleco reflectante y unos pantalones cortos de color cemento. Músculos dorados en tensión.
El que está justo delante de mi terraza es alto y rubio, casi un crío. Tiene todavía el rostro pequeño en proporción a la boca carnosa y bien formada. Parece que tiene algún problema con el martillo eléctrico y lanza voces a su encargado. 


No, no, no lo enciendas. No llames a tu encargado- pienso mientras espío a través de los visillos. Sólo faltaba que el ruido del maldito aparato llenara el espacio haciéndolo aun más insoportable.
Ahora que lo pienso uno de esos me haría falta a mi pero de carne. Ya no me acuerdo de cuando fue la última vez que…  Ufff..., empiezo a desvariar, el calor me hace pensar en cosas raras.

Se estiró sobre la hamaca dejando que el visillo le rozara la piel con  cada soplo de aire. Le parecía una caricia casi tímida y muy sensual.  Cerró los ojos y sintió, solo sintió…

Me acariciaba el muslo suavemente, casi como si jugara con una pluma sobre mí. Mi cuerpo empezaba a responder y me removía inquieta en la estrechez de la tumbona. Subía lentamente haciendo círculos sobre mi ombligo y bajando hacia la zona que, de poder gritar, estaría aullando de necesidad. Había dejado de ser un roce sutil y notaba con agrado el áspero poder de una mano. Me acariciaba las caderas y jugaba con el elástico de mis braguitas haciendo que elevara esa parte de mi cuerpo sin pudor.

El calor había quedado en segundo plano, dando paso a una ardiente necesidad. Podía leerme la mente porque mi sujetador desapareció como por ensalmo dejando libres unos senos coronados que pedían a gritos la redención.

Noté la humedad de su lengua y la mortificación de un leve soplido en los pezones. Una y otra vez, lamer y soplar, lamer y soplar…

Gritaba en silencio que bajara hasta mi entrepierna y que me atormentara del mismo modo y noté como su mano se abría paso separándome las piernas y tomando como suyo lo que tanto tiempo había sido solo mío. A estas alturas mi cuerpo ya no me pertenecía y notaba la humedad de mis lágrimas descender por mi rostro como una súplica. Necesitaba que aquel cuerpo desconocido me llevara a la cima, necesitaba sentirme viva y mujer, necesitaba dejarme caer en una “petite morte” duradera, infinita.



La suavidad de mi secreto dejó deslizar aquella maravilla hecha de fuego y empecé a subir alto, alto… con cada embestida creí tocar el cielo. Mi cerebro sólo repetía una y otra vez: más, más, más, como un mantra. Me dio la vuelta y cabalgó sobre mí como si no hubiera nada más importante en el mundo, como si en ello le fuera la vida: intensamente, profundamente, apretando mis caderas, mi pecho, mi vientre.

Se acerca, mi “petite morte” se acerca, y es desmedida, excesiva, terrible, formidable. No quiero que se acabe, no quiero que….




Un sonido estridente le despertó sorprendiéndole con las manos dentro de sus bragas. Un ruido discordante, estruendoso y chillón que la sacó de un sueño perfecto.

El maldito martillo se había puesto en funcionamiento.