Tú que ahora estás leyendo ésto no esperes encontrar relatos de calidad, ni brillantes ni siquiera originales.Es mi rincón, el lugar donde dejo fluir mi imaginación, mis sentimientos y la tapadera que guarda mi esencia.Gracias por entrar en mi rincón, siempre serás bienvenido.

septiembre 17, 2012

VERONICA



“Volver con la frente marchita…sentir que es un soplo la vida…

A diferencia de la letra de Gardel yo no tenía miedo de volver. Tenia la maleta llena de recuerdos, de ilusiones, de imágenes de un pasado que en mi nunca había marchitado.
Volvía a casa, volvía a mis calles, a mi paisaje, a mis olores y colores, a mi infancia y a mi interrumpida adolescencia.
Volvía para abrazar a mi pasado y a mis amigas y a reencontrarme con la que fui y tal vez cerrar un círculo doloroso.
Quince días quizá no bastaran pero para mi eran toda una vida. A mi regreso me esperaría mi hogar, un hijo mayor e independiente y un hombre casado con su trabajo pero al que adoraba.
Estaba a punto de realizar un sueño largamente esperado. Miles de kilómetros entre mi realidad y mi pasado. Todo estaba pensado, estudiado al milímetro. Mil planes que como todos los planes se tuercen en algún momento.
En el aeropuerto de Ezeiza debía recibirme Julia, mi querida amiga Julia. Sentía mariposas en el estomago imaginando el reencuentro. Pensaba en el abrazo que nos daríamos y en las lágrimas que derramaría de pura emoción.
La conexión de vuelos impediría que Julia pudiera recibirme y entre las dos convinimos que lo mejor era que un taxi me llevara directamente al hotel en el que 24 horas después nos encontraríamos.
Empecé a buscar entre el gentío de Llegadas Internacionales algún cartel con mi nombre y el nombre de la compañía de taxis que había apalabrado y me sorprendió un ligero toque en mi hombro. Me di la vuelta y me perdí en unos estupendos ojos verdes.

¿Verónica?, me dijo. Soy su taxi.
Me sorprendió que me reconociera entre tanta gente y la curiosidad me hizo preguntarle como me había reconocido. Julia era la culpable. Matías era amigo suyo y le pidió que fuera a buscarme. Le dio unas cuantas indicaciones sobre mi físico y mi inconfundible, según el, melena negra.
No puedo explicar como, de repente, hablas con un extraño como si lo conocieras de toda la vida. Quizá fuera mi propia excitación o la determinación de que ningún contratiempo iba a arruinar mi viaje pero así sucedió. Salimos del aeropuerto entre risas y parloteo incesante. Me llevo al hotel y me dejó una tarjeta con su nombre y teléfono por si en días sucesivos lo necesitaba para moverme por la ciudad.

Antes de subir a mi habitación quise comprobar que el roaming de mi teléfono estaba activado y marque el número de su teléfono para confirmarlo. Nos despedimos sin más.

Una vez en la habitación no podía quitarme de la cabeza esa mirada, aquella sonrisa que había movido hilos extraños en mi interior. Achaque esos pensamientos al largo vuelo y a la emoción del momento y decidí que una ducha y un café me devolverían el equilibrio.
Pasarían algunas horas hasta que pudiera reunirme con mis amigas y decidí matar el tiempo en la cafetería, hojeando los periódicos de mi país.
Me sorprendió el pitido de mi móvil que anunciaba un mensaje entrante:

-¿Te has dejado unas gafas de sol en el taxi?
- No pero gracias, respondí.

Otro pitido:


-          ¿Nos volveremos a ver?
-          No se.

Otro pitido:

-¿Que es eso, una sorpresa? Me encantan las sorpresas.
- Toda yo soy una sorpresa, conteste.

Que demonios estaba haciendo, estaba flirteando con un hombre al que no conocía pero por alguna razón que no acababa de entender no me parecía mal ni tenia ningún sentimiento de culpabilidad ni nada parecido. Me sorprendió darme cuenta de que en realidad me moría por verlo.

Esa noche llegaron Gala y Karina, mis otras amigas. Paseé con ellas, reí, hablé y hablé hasta que de madrugada nos retiramos al hotel. Estaba cansada pero feliz. Por la mañana temprano llegaría Julia y estaba impaciente por empezar mi viaje a mis recuerdos con ella, con ellas. Sin embargo Matías sobrevolaba todo el tiempo en mi pensamiento.

Supongo que luego el destino y mi absoluta curiosidad jugaron su papel. No recuerdo exactamente cómo o quíén dio el primer paso pero recuerdo que el primer día que quedamos para tomar un café el tiempo voló. Tres horas nos parecieron segundos y de camino al hotel todavía hablamos dos horas más en el interior de su coche.
La intimidad que habíamos alcanzado en tan poco tiempo era increíble y casi al final de esa noche mientras Matías jugaba con uno de mis mechones azabache me miraba y me miraba. Me hacia sentir absolutamente especial. Le dije:
-          Te mueres por darme un beso, ¿verdad?

El me miró y me dijo que podría estar así hablando y riendo conmigo. Que el momento era mágico tal y como era. En ese momento sentí miedo.
Seguimos hablando y su boca cada vez estaba mas cerca. Cuando intento besarme lo frené:
-          No, dije
-          ¿Por qué?
-      Porque a mi solo me va a besar un hombre que se muera por hacerlo, repliqué.

Paso el brazo que jugaba con mi pelo por detrás de mi nuca y me abrazó. Me besó con pasión, con ternura, con dulzura… Entendí que debía salir de esa locura transitoria y bajé del coche. Antes de entrar en el hotel me volvió a besar sin medida contra la pared de la entrada. Me besaba, me abrasaba por dentro, me decía que no podía dejarme marchar que era adictiva que nunca había sentido así por una mujer.
Me podría haber muerto en ese momento y no me habría pesado. El aire era fresco y limpio, su boca sabia genial y en sus brazos me pareció encontrar una paz que ni siquiera sabia que necesitaba. Nos separamos casi al amanecer con la promesa en los labios de más.
Por las mañanas disfrutaba con mis amigas y por la noche salía con él. Paseábamos por la playa con las manos entrelazadas como dos niños enamorados, jugando, riendo y besando, sobre todo besando.
Disfrutábamos de la conversación, del paseo, de la música en directo de un bar de moda, del susurro de las olas o de la luna y su magia, disfrutábamos de todo y de nada.

Le conté lo que estaba sucediendo a Julia y lejos de reprenderme o de juzgarme me dio un sabio consejo. Me dijo que disfrutara del momento porque vivir momentos de felicidad era un regalo que no podía desperdiciarse, pero también me dijo que no me dejara el alma porque cuando uno la empeña difícilmente puede rescatarla sin arañazos.
Mi alma, creía yo, estaba a salvo muy lejos en mi querida isla, en mi hogar. Mi realidad me atraparía como el hambre a un mendigo en cuanto mis vacaciones concluyeran.
Yo me juré que no me enamoraría; es más creía que a estas aturas de mi vida no era posible porque mis cimientos eran sólidos y me dije a mi misma que trataría de exprimir lo que la vida quería regalarme. Estaba dispuesta a dar un paso más a probarme a mi misma que podría jugar con fuego y no me quemaría.

Matías me pidió que fuéramos a su casa  y acepté. Era una calurosa tarde de verano y se dirigió a la cocina a preparar un café con hielo. Se quitó la camisa con una familiaridad y una intimidad que me desmontó. Lo abracé por la espalda y acabamos enredándonos entre prendas de ropa que volaban. Hicimos el amor encima de la mesa de la cocina, en la silla, contra la pared…parecíamos dos locos de amor. Llegamos hasta su dormitorio y volvimos a hacer el amor de una forma más pausada, más tierna, más madura.
Se quedó dormido de madrugada abrazado a mí, profundamente dormido y sin embargo sin soltarme como si temiera que al darse la vuelta desapareciera. Yo no podía dormir, lo único que podía hacer era mirarlo y acariciar su cabello, la piel de su pecho, su cuello…
Cuando el sol empezó a espiarnos por la ventana  lo desperté con mil besos, rocé mi cuerpo contra el suyo excitándole, lamí su piel centímetro a centímetro. Quería grabarme a fuego en sus venas, quería que aquella locura que compartíamos se le metiera en la sangre y no pudiera volver a ver y tocar a una mujer sin recordarme. Que nunca pudiera vivir otro amanecer sin pensar en cómo me brillaba el pelo o mi piel excitada por él.
En mitad de aquella locura de pasión me tomo la cara con ambas manos y muy bajito, mirándome a los ojos me dijo:
-          Por  Dios, yo quiero una mujer como tú.

Después de aquello hablamos. Él me preguntaba qué haríamos con lo que había entre nosotros y yo le respondía que disfrutar el momento, ser felices, vivir un sueño. Nunca le diría que me había enamorado como una colegiala, no tenía sentido.
Siempre fuimos honestos el uno con el otro. Nunca hubo mentiras. Él sabía cuál era mi situación y yo sabía que él pasaba por un momento difícil en su relación. Recién separado y sin las ideas todavía demasiado claras con respecto a su pareja y a su futuro.

El tiempo pasó rápido, cruel. Después de ese encuentro ya no pudimos vernos sin demostrarnos con la piel lo que el corazón nos pedía. La química era tan fuerte y la  pasión tan fuerte que era imposible no acabar el uno en brazos del otro, uno dentro de otro como si deseáramos fundirnos para siempre.

Mis vacaciones tocaron a su fin, debía regresar a mi mundo. Me pidió que lo llamara al llegar y lo hice. Me pidió que le dejara mi dirección o mi número de teléfono, me pidió que le dejara luchar por mí y diciéndole un  “te amaré siempre” colgué.
Lloré mil lágrimas pero me recordé a mi misma cual era mi obligación, cuál mi realidad. Recordé las palabras de  Julia y advertí que mi alma se había vuelto peregrina porque a pesar de que había regresado mi alma se había quedado a miles de kilómetros pegada a la sombra de Matías.

Le llamé un par de veces más, le escribí una carta sin remite y le regalé una brújula con una inscripción  que decía: “Ningún lugar es demasiado lejos”.
Le dejaba trocitos de mí pero no quería que luchara por mí. Esa batalla estaba perdida.

Me juré que no lo llamaría más que no averiguaría de él a través de Julia  porque la sola idea de que pudiera estar compartiendo el aire con otra mujer me partía en dos. 
Pasó el tiempo y no podía dejar de pensar en lo que me dijo Matías en el aeropuerto antes de partir.
No podíamos quitarnos las manos de encima, no podíamos dejar de devorarnos  y buscamos un lugar en un baño apartado para amarnos con una locura voraz, como si el mundo fuera a acabarse en aquel preciso instante.  Después de un orgasmo fantástico, dulce y también triste, con los ojos húmedos me dijo:

-          Te encontraré. Estoy seguro de que la vida volverá a ponerte en mi camino y cuando eso suceda no te dejaré escapar.

Rompí mi promesa y hace poco le pedí a Julia que llamara al número que tenía de él. Necesitaba saber, necesitaba creer que todavía estaba en mi mundo. Julia lo intentó pero el número ya no estaba operativo y se había mudado de dirección. Ya no tenía manera de encontrarlo, lo había perdido definitivamente.

Ahora, muchas noches, cuando la casa se queda silenciosa cierro los ojos y recuerdo su tacto, su piel, su sabor y me muero por volver a tener la sensación de volar, esa sensación que siempre tuve entre sus brazos.

Volví de mi viaje habiendo cerrado círculos de mi niñez, recomponiendo el puzle de mi adolescencia, devolviéndome, renovados, los colores y olores de mi pasado y añadí a mi recuerdo un tiempo pasado con él.

No somos conscientes de la soledad que nos envuelve hasta que alguien, por azar, nos rescata de ella. Siempre he creído que las personas tenemos mil aristas y que con el tiempo van redondeándose hasta que en tu final te conviertes en una esfera preparada para fundirse con el universo.
Tampoco somos conscientes de que el amor tiene mil caras, de que eres capaz de amar a dos hombres y no estar loca, de que no te das cuenta de que estás viva hasta que una locura de amor te desvela la mejor o la peor parte de ti. Te sacude los cimientos y te despierta del letargo en el que se ha convertido tu vida.

No me arrepiento. No puedo ser hipócrita conmigo misma y reducirlo todo a una aventura de verano de una madura. Lo que viví fue algo extraordinario y agradeceré hasta el día de mi muerte el regalo que fue.
Añoro muchas cosas: la ternura infinita, la pasión desbordante, y la honestidad con que dos personas, sin ninguna necesidad de enamorarse lo hacen y además son lo suficientemente valientes para no decirlo.

A veces me siento exhausta de tanto quererlo. A veces me siento como la golondrina que intenta besar el pico que ve reflejado en el cristal de una ventana.
A veces el amor duele, sólo a veces.



septiembre 09, 2012

En el riesgo está el juego, ¿ no?.


Vi ésta fotografía y enseguida recordé un texto que hace mucho tiempo escribió Victor H. Flores. Cuando lo leí me pareció triste aunque real y siempre quise darle un final distinto. Ahora lo he hecho.


Aquí os dejo el enlace de ese precioso texto. No se entendería el uno sin el otro. Echarle un ojo, a mi me encanta.








Mi viejo amigo decía que todos, alguna vez, somos caballitos de madera en un carrusel de feria.


Hubo una vez uno de aquellos caballos que decidió salir del eje que lo tenía sujeto a un circulo sin fin. Estaba cansado de ver y no alcanzar a otra montura que le había robado el corazón y que a su vez perseguía, sin fin, otro sueño. Decidió que si podía ponerse ante él, que si podía hacerle saber que tras él existía alguien que estaba dispuesto a dejar de jugar el papel que la vida le había dado y arriesgar, caería sin remedio entre los pétalos del millón de flores que le prometería. Decidió que si le podía dar la libertad le seguiría con los ojos llenos de futuro por compartir.


Cada día movía su cuerpo de madera con pequeñas sacudidas casi imperceptibles. Poco a poco aprendió a mover el eje y a paralizarse para que nadie pudiera volver a sujetarlo y desbaratar su plan. Deseaba tanto tocar aquellas crines negras y sedosas, poder olerlo, tocarlo, besarlo que entendió que la paciencia era su aliada y que el esfuerzo, el riesgo, la voluntad y la determinación darían resultado.


Creyó que el amor lo podría todo, que con uno que amara y enseñara a vivir sueños al otro, bastaría. Creyó que en la vida sí hay segundas oportunidades, que la vida sin riesgo no es vida, que hay que saltarse las reglas si con ello se logra la felicidad.


Y cada día, en cada vuelta, movía un poco más la base que lo sujetaba a una realidad que no quería. Cada día, poco a poco estaba más cerca de un futuro distinto, de una aventura que le producía vértigo.


¿Bastaría todo el esfuerzo, todo el amor y todo el deseo para que el objeto de sus sueños quisiera compartir esa aventura con él?


En el riesgo está el juego, ¿no?