Tú que ahora estás leyendo ésto no esperes encontrar relatos de calidad, ni brillantes ni siquiera originales.Es mi rincón, el lugar donde dejo fluir mi imaginación, mis sentimientos y la tapadera que guarda mi esencia.Gracias por entrar en mi rincón, siempre serás bienvenido.

junio 27, 2011

Tú, siempre tú


Si supieras cuánto dolor hay en los silencios. Si pudieras siquiera alcanzar el sentimiento de las palabras que guardo y que jamás pronunciaré. Si recorrieras las calles de los recuerdos desnuda, sin corazas ni abalorios…

Sacudirse la sensación de ser un juguete, una distracción en la vida de otro es la más difícil de las tareas. La tristeza se apodera de tu vida, te cala los huesos. La mirada pierde el brillo y se vuelve opaca; no ves, no hay risas, se pierde el gusto por la vida. Duele, duele tanto…

Es triste asumir el sufrimiento estéril, es patético gastar tu vida entregando siempre lo mejor de ti aun sabiendo que nada tiene valor para el otro. Sonreír cuando las lágrimas te anudan la garganta, repartir ternura cuando la que más la necesita eres tú. Conformarte con un guiño o con una frase dulce. 
Tomar por amor el despojo, confundir la cortesía con el detalle, creer que la palabra dicha es por ti y para ti.

Y lo peor de todo es ser consciente de todo ello y callarlo. Seguir como si nada, y preguntarte por qué. 
Y guardar los sueños entre sedas moradas en el rincón más inalcanzable de tu alma para que nadie los arañe.
Confiárselos al destino y esperar, siempre esperar…


El espejo te devuelve cada día la imagen de la que ven no de la que eres, la que sigues siendo aunque la plata tiña tu cabello y el rostro se vaya ajando poco a poco igual que tus ilusiones.




junio 24, 2011

Un día de perros


Había estrenado unas preciosas sandalias de cáñamo y cuentas de colores esa misma mañana y ahora podrían arruinarse con la inoportuna y pertinaz lluvia. Esperó durante unos minutos bajo el portal de su oficina mirando su reloj y calculando cuánto podía esperar antes de perder el último tren que la llevaría a casa. El cielo se oscurecía por momentos y la lluvia se espesó convirtiéndose en una gran tormenta. Con la estúpida idea de que corriendo de portal en portal y de balconera en balconera conseguiría llegar a la estación mojándose lo menos posible inició una carrera absurda.

No había corrido más de cuatro porterías cuando aterrizó, cuan larga era, en el charco más grande de toda la calle que por otra parte se había convertido en un torrente. Se quedó inmóvil, tirada en el suelo, con la mirada fija en una de sus chanclas que se había convertido en patera a la deriva al caer en el hueco del árbol completamente anegado ya.

Se dio cuenta de lo anormal de su comportamiento allí sentada, sin moverse, empapada e intentó levantarse recomponiéndose la falda de su vestido que con el agua se había vuelto casi transparente y se le pegada al cuerpo señalando cada curva.
Se le saltaron las lágrimas al ver su capricho arruinado  y el rímel le dibujó unos churretes negros  que acababan de darle del todo una imagen dramática y patética.

Recogió la sandalia poniéndosela, el bolso, el libro, se estiró la falda y levantó el mentón en un intento de recuperar la dignidad y sin mirar a quienes se cruzaban con ella siguió su camino ya sin correr. En ese momento no le preocupaba nada salvo que sus preciosas sandalias habían tenido una corta vida y le escocía especialmente el tiempo que había invertido en ahorrar el dinero que valían y la ilusión que también había invertido en ello.
Uno de los cordones de cáñamo se soltó haciendo que la alpargata quedará atrás al dar el paso y provocando un nuevo traspié a Lucia. Se giró, ya no lloraba. Su cara reflejaba la rabia que intentó evaporar apaleando la puñetera zapatilla contra otro árbol de la acera.
Uno, dos, tres, cuatro… los golpes eran cada vez más rápidos y fuertes e iban acompañados de todas las palabras malsonantes que conocía.

Así las cosas la imagen eran la de una hermosa joven descalza, con la ropa empapada y pegada al escultural cuerpo, el cabello negro pegado al cráneo, el rostro dibujado de surcos negros que le conferían a sus ojos un matiz de misterio o de locura, que castigaba duramente el tronco de un árbol aporreándolo con una sandalia rota y soltando por su boca todos los tacos habidos y por haber.

Marco salió de la oficina a su hora. Había tenido un día horrible y lo que más le apetecía era llegar a casa, ponerse cómodo y desconectar. Le había tocado lidiar con una impertinente cliente que histérica casi lo lleva al puro grito. Su estrés lo pagó el teléfono cuando después de la vigésima llamada de la señora en cuestión lo estrelló contra la pared de la oficina. Eso le valió una llamada de atención severa de su jefe y la recomendación de que se tomara unos días de vacaciones, eso sí, sin sueldo. Tenía por delante cinco días hasta que el próximo lunes volviera al trabajo.
Iba maldiciendo entre dientes su suerte mientras conducía y el aviso de mensaje de su móvil le hizo dar un respingo. Cogió el teléfono y si hubiera llevado la ventanilla abierta hubiera acabado en la calle. Miró el mensaje:
“parking inundado. Imposible aparcar. Matías”.
Matías, el siempre atento y diligente portero de su finca acabada de darle la puntilla a su día. Ahora tendría que pasar un buen rato para encontrar un aparcamiento en la calle porque a esas horas ni en la zona azul encontraría un hueco donde dejar su flamante BMW.
A la tercera vuelta a su manzana reparó en una loca que gritaba aporreando un árbol. La gente está loca, pensó, sin acordarse de que él mismo hacía un rato había hecho lo propio con el teléfono. En la siguiente vuelta un coche salía y esperó mientras hacía las maniobras fijándose ahora en la mujer. No sabiendo muy bien por qué sintió lástima por ella y se sintió identificado.
El claxon de otro coche lo sacó de sus pensamientos y enseñándole el dedo corazón por la ventanilla se dispuso a aparcar. El hueco era muy justo y tuvo que acomodar su coche con varios toquecitos que le iban poniendo cada vez de peor humor. Al fin paró el motor y salió. 

Casi estaba en su portería cuando echó un último vistazo a la muchacha. La gente corría y nadie se paraba ni siquiera a preguntar qué le pasaba pero si veía cómo la miraban con ojos golosos y otros jocosos algunos de los hombres que salían del taller mecánico de la esquina... Sin pensarlo nada se quitó la americana y cuando estuvo a su lado la tapó y la abrazó para impedir que siguiera golpeando y gritando.
Lucia lo miró con ojos de ira al principio y al segundo rompió a llorar como si el mundo se hubiera acabado y fuera la única superviviente. Marco le susurraba palabras de calma al oído y la encaminó hacia su casa.
Matías le abrió la puerta y extrañado iba a decir algo pero enmudeció cuando Marco lo miró. Subió a su piso y se dirigió al cuarto de baño abriendo el agua caliente de la ducha.
Salió al salón y encontró a Lucia en el mismo punto en que la había dejado y le pareció un perro abandonado. Le dio la mano y la condujo a la ducha. La desvistió y cuando estuvo bajo el chorro de agua cerró la cortina y salió a secarse y cambiarse.
Mientras ponía música suave y preparaba un trago para cada uno pensó en que algo muy grave debía pasarle a esa mujer para que hubiera llegado al estado en el que estaba. Oyó que el agua había cesado de caer y esperó ante la puerta a que saliera.
Lucía salió con la cabeza baja y susurró un “gracias “que le llegó al alma. De la mano de nuevo se acomodaron en el sofá abrazados y en silencio. Se durmieron.
De madrugada despertó con dolor de cuello y miró a su derecha. Se le había abierto la toalla y por primera vez reparó en toda su belleza. Se ruborizó de su propia erección y se levantó a buscar una manta fina y la cubrió. Se dio cuenta de que no sabía ni su nombre y sin esperar a que despertará rebuscó en su bolso para ver su carnet de identidad. Encontró una de sus tarjetas profesionales y el bolso se le cayó de las manos.
Se quedó de piedra, no podía ser. El destino no podía ser tan caprichoso e insidioso.


Lucía Castells Mora.
Directora de Marketing
Castells & Castells Esdeveniments.

No podía ser, aquella belleza no podía ser el ser insufrible que le había amargado el día y que había hecho que perdiera los nervios.
Empezó a pasear de arriba a  abajo por el salón. Se paraba delante del sofá, la miraba, alargaba la mano para despertarla y sin acabar de hacerlo volvía a pasear. No sabía qué  hacer, por un lado tenía ganas de mandarla de nuevo a la calle sin darle oportunidad de hablar y por otra parte quería conocerla y entender todo el lio que había organizado entre los dos.

Lucía abrió los ojos estremeciéndose y mirando a Marco le dijo
-                                     -  Hola. Creo que no te he dado las gracias por todo lo que has hecho y ni siquiera sé cómo te llamas. Eres lo mejor de un día pésimo y espero poder agradecértelo.
Marco se sentó a su lado. Intentó que la rabia no le saliera por los ojos y con toda la frialdad de la que fue capaz le dijo:
-                                  -  Soy Marco Benet i Solans, staff de la firma a la que tu representado le ha intentado estafar miles de euros.
Lucía se levantó del sofá como un resorte sin darse cuenta de que estaba completamente desnuda y se acercó como una tigresa hacia Marco, que por otra parte también estaba desnudo de cintura para arriba. Marco se quedó helado al ver a aquella tremenda mujer y no se le ocurrió otra manera de callar a aquel huracán  sino asiéndola por los brazos y besándola.

Cayeron al suelo en una lucha tan antigua como el tiempo, mordiéndose, besándose, quemando toda la rabia que habían estado acumulando y sin pensar a dónde les conduciría la liberación de sus instintos.
Fuera la tormenta empezaba a amainar al mismo tiempo que se desataba dentro una tormenta de pasión incontrolada.

Si creyéramos que los objetos tienen alma podríamos creer que en un rincón del salón una sandalia rota se reía dejando caer las pocas cuentas de colores que aun quedaban en su sitio.