Tú que ahora estás leyendo ésto no esperes encontrar relatos de calidad, ni brillantes ni siquiera originales.Es mi rincón, el lugar donde dejo fluir mi imaginación, mis sentimientos y la tapadera que guarda mi esencia.Gracias por entrar en mi rincón, siempre serás bienvenido.

mayo 31, 2011

¿ TE ACUERDAS?

¿Recuerdas cuándo fue la última vez que te dieron tanto sin pedir más que una mirada o una palabra?

¿Recuerdas quien fue la última mujer que te dio toda la ternura en sus manos? ¿Aquella que cuando miraba a tus ojos veía todo lo que necesitaba? ¿Aquella para la que tus palabras eran credo y música para su alma, la que tejía futuro en tus labios en cada beso?

¿Te acuerdas?
¿Recuerdas cómo poco a poco empezó a abrirse un mar de frías sábanas entre vuestros cuerpos, olas de soledades en compañía, noches en blanco sin una caricia siquiera? ¿Recuerdas las lágrimas, los silencios, los gritos callados dejados cada mañana en tu café?
¿Te acuerdas?
Te abandonó para no matar el amor de puro hastío a golpes de indiferencia. Te abandonó por amor, por su amor.
¿Recuerdas cuándo empezaste a buscar en otra piel lo que la tuya añoraba de ella? Cuando en tu cama había tres y hasta cuatro. Tú, la de esa noche, su sombra y tu orgullo.
¿Te acuerdas?
Y ahora, que el tiempo pasa, que te acostumbraste a tu mal entendida libertad, que la soberbia se apoderó de tu vida, de tu casa, vives con una puta vieja, tu querida soledad, que te araña haciendo jirones ese corazón que a golpe de años se volvió frío.

Y sin embargo aquella que un día fue, aquella que siempre estuvo, sigue esperando un guiño del destino para volver a brindarte su vida en un suspiro.

mayo 25, 2011

DISTANCIAS



Jaume me sobresaltó al servirme el primer café del día. Andaba perdida en mis pensamientos con la mirada fija en un punto pero sin ver nada.
Sigue llorando – me dijo señalando con la cabeza la mesa a la que creía que yo observaba.
-              -  Pobre, lleva ya casi una hora llorando, Doña Mireia y no para de mirar el reloj. Yo creo que lo va a desgastar. Me acerco a cada poco pa limpiar la mesa y me mira con una cara de gato abandonado que…

-                -  Jaume, cuántas veces te tengo que decir que no me llames Doña. 

Mirando, ahora sí, a la pobre infeliz le pregunté a Jaume si la conocía porque, a pesar de mi despiste crónico, soy muy observadora y no la recordaba.

-                 -Que va Doña Mireia, viene alguna vez pero siempre acompañada. Hoy está sola, pero que mu sola. ¿Por qué no se acerca usté y le ayuda? A usté se le dan bien esas cosas.

Jaume es un tipo amable, camarero de toda la vida, de los de antes. Muy profesional y muy cotilla también. No, no soy justa. No es cotilla es que se preocupa realmente por las personas con las que interactúa, es casi como un confesor para su pequeña parroquia.
Si hay algún lugar en el que el tiempo deja de ser tiempo es en la terraza de un café.
Me gusta sentarme en un velador – que palabra más hermosa – y observar las miserias y grandezas de autóctonos y foráneos de una ciudad como Barcelona.
Un café corto con leche, espuma y espolvoreado de cacao, una libreta y mi cámara  se convirtieron hace años en compañeros de mil horas sin minutos, en testigos no mudos de mis soledades y de las de muchos como  yo. Observar se convierte en una buena terapia que ayuda a poner en el lugar que le corresponde a tus propias vicisitudes.

Creo que salvo Jaume nadie repara en esta vieja loca que se sienta en la mesa más retirada de la terraza. Me he convertido en un adorno más de la preciosa cafetería modernista que palpita todavía en un pequeño pasaje peatonal en pleno ensanche barcelonés. Es una isla de paz en medio de la vorágine de la ciudad Condal.
Mesas de mármol y hierro forjado, vidrieras en las puertas, madera tallada con mariposas, hojas y flores, lámparas art-decó… una belleza que hace que te sientas en un espacio sin tiempo. Siete veladores dispuestos en forma de flecha  son todo un mundo en el que se viven encuentros secretos, horas de lectura sin prisa, partidas de ajedrez interminables, charlas de vecinos, reuniones de trabajo de estudiantes, desayunos de secretarias y hasta es espacio para una pequeña congregación espirita.

-                - Doña Mireia, perdone si la molesto que ya sé que no porque en el fondo usté tiene un corazón mu grande y yo se que….

-                 - Está bien Jaume, iré a hablar con ella.

Prefería la incomodidad del acercamiento y de la intromisión en la vida de esa desconocida que el parloteo incesante de Jaume. Cogí mi cámara y con la excusa tonta de hacer fotos desde el perfil de su mesa me acerqué a ella.

Me presenté y con el desparpajo que solo se les perdona a las personas de edad me invité a sentarme a su lado. Ella me miró dibujando una media sonrisa en su cara y me perdí en la tristeza de esos ojos. Jaume tenía razón, aquella mujer, Julia  se llamaba, penaba por algo que le estaba ahogando el alma. No me costó mucho esfuerzo entrar en su historia, ella necesitaba desahogarse y sin pudor explicó que se encontraba en medio de una relación que era su razón de vivir y el motivo de su lenta muerte.
Me contó que había llegado al café porque recorría cada paso que había dado con él, porque aquí había vivido momentos maravillosos y aun le parecía que en cualquier momento doblaría la esquina y aparecería, como siempre, a las 4 en punto. No pude evitar acordame de la Penélope de Serrat y atrapada en ese sentimiento pensé que debía hacer algo por ella. Pero, ¿qué podía hacer salvo escuchar? 

Son más de las siete, le dije, es posible que no venga. No vendrá, me contó entre lágrimas, lo he perdido, esta vez es para siempre. Alargó su mano hacia mí y me entregó una cuartilla arrugada:

-                  -Lo encontré en el buzón esta mañana. Se lo escribí yo no hace mucho y me lo ha devuelto sin una explicación sin una nota.  Le he llamado mil veces pero no atiende el teléfono y no puedo ir a su casa. Está casado, atrapado en un matrimonio que lo asfixia pero del que no puede deshacerse. Espero y espero pero no ha servido de nada la paciencia y el amor…
Desplegué la cuartilla y leí:

Huelo el miedo cuando me hablas. También usa mi boca para hablarte a ti y estoy cansada de sentir miedo, de que mis palabras te alejen más y más. ¿Qué quieres de mí? Soy yo, sigo aquí, siempre estoy aquí.
La marea que te trajo de vuelta en tu última huida me devolvió un desconocido. Envuelto en mil ropajes te escondes y solo dejas ver lo que ni te roza la piel. No quieres mis caricias, huyes de mis labios y sin embargo buscas mi cobijo como perro apaleado. Me miras sin querer verme pero no puedes olvidar los únicos ojos que saben leer tu alma.
Tengo la certeza de que habiendo recorrido ese camino una y mil veces, el sendero empieza a tener más piedras que verdín, más zarzas que flores y las fuerzas empiezan a menguar al mismo ritmo que desaparece la ilusión y se desvanecen los sueños.
Pero sigo aquí, llenando tus tiempos siempre escasos y clandestinos y dándole forma sin querer a la idea que de mí quieres guardar. Me mata el hielo de tus palabras, la distancia no se mide en metros entre tú y yo. Se mide en dulzuras perdidas, en abrazos rotos, en besos muertos antes de ser labiados. Se mide en sentimientos que se esconden y en palabras dichas que no son nada. Se mide cuando mides el tono, las pausas, las miradas. Ahora hay todo un océano entre nosotros, ni siquiera puedo alcanzarte.
Mírame soy yo, sigo aquí. Soy  como el aire que llena tus pulmones y que no ves. Tan real como la tierra que pisas o la sangre que late en ti.
Tal vez busco a gritos, te reclamo el amor que nunca existió aunque tu piel dijera lo contrario y tus labios matasen de deseo mi cuerpo y el tuyo vibrara con mis caricias.
Nunca me he sentido más sola que cuando me ha cruzado el pensamiento de que no te he perdido si no de que jamás te he tenido.
Y vuelves a picar a mi puerta y te abro de nuevo y te envuelvo  en mil caricias nuevas solo para ti.

Leí aquella nota y un escalofrío me recorrió el cuerpo. Sentí que el receptor de aquella carta estaba allí, con nosotras y que le acariciaba el pelo y le besaba la mejilla. Sentí que su corazón ya no latía y que ahora sí la distancia era insalvable…


mayo 13, 2011

EL MENSAJERO DE LA LUZ



Nací en un ataúd. Puede sonar raro, no, de hecho suena raro pero es la verdad.
Este hecho marcaría mi vida como una tara física invisible.
Mi pobre madre padecía una rara enfermedad que llamaban catalepsia y cuando estaba próximo mi nacimiento sufrió un ataque y la dieron por muerta. La enterraron con pompa y boato, hasta plañideras tuvo y por supuesto la mejor caja que se pudiera imaginar. Mi padre, un experto y capacitado carpintero de ataúdes eligió el mejor. Además de ser el mejor carpintero de la comarca era hombre preocupado y despierto y siempre sospechó que los males que aquejaban a su bella esposa un día le traerían un disgusto.
En su preocupación por ser el mejor en su trabajo recorría los pueblos cercanos para ver cómo se desempeñaban sus colegas y de uno de ellos copió el invento que a la postre me salvó la vida.
Su colega había inventado un dispositivo simple pero efectivo. Un fino agujero en la tapa para pasar un cordel que atado a la mano del difunto podría mover una campanilla que se situaba en el exterior de la tumba en caso de que el muerto no estuviera bien muerto.

Saben que mi madre luchó por nuestras vidas, la tapa estaba completamente arañada y suponiendo que yo solo tendría más posibilidades que los dos juntos, ató el cordelito a mis pies, me puso a su pecho y ella dejó de respirar. Mis pataleos movían sin cesar la campanilla y mi padre los oyó con claridad cuando fue a depositar flores frescas la mañana siguiente de mi entierro, perdón de mi nacimiento.
Así fue como vi la luz, nunca mejor dicho. Mi padre me desenterró con sus propias manos arrebatándome del pecho amoroso de mi madre muerta.

Mi infancia transcurrió entre olor a madera y sopas de leche. Ahora entiendo porque mi padre me protegía hasta casi el encierro. En el pueblo me llamaban el mensajero de la muerte y no me ayudaba el hecho de que podía ver, solo con mirar a los ojos de una persona, cuanto tiempo duraría su camino en esta vida. Predecía con exactitud la fecha de sus muertes y además ayudaba, a cuantos me lo solicitaban, a cruzar el umbral. Además veía a los que, muertos ya, vagaban perdidos como sombras sin estar en ninguna parte.

Aprendí el oficio paterno sin mucha maestría, todo hay que decirlo, pero me proporcionó la posibilidad de hacer con mis manos el último traje de padre. Hacía varias semanas que había visto en sus ojos que se aproximaba su final.

El día siguiente de su entierro cerré la carpintería, recogí mi herencia hecha de de escofinas, escoplos y formones y me fundí entre el paisaje de hayas y encinas convirtiéndome en un Perdido en vida a la espera de descubrir en mis ojos el día de mi partida.

Confieso que estuve un tiempo evitando las aguas cristalinas de los  riachuelos que atravesaba y hasta los espejos en las pocas ocasiones en que los tenía que usar. No quería descubrir en mis ojos lo que estaba tan habituado a ver en los demás.

La muerte me sorprendió dormido bajo una encina y desde entonces vago, ya sin equipaje, a la búsqueda de alguien que como yo pueda ayudarme a ver por fin la luz.

mayo 11, 2011

DIVAGACIONES


Ya se durmió la ciudad un día más. Me gusta respirar el aire de la primavera anochecida, ver el tililar de las incansables farolas y los focos de algún retardado conductor que vuelve a casa.
Es la hora en que todo duerme y los fantasmas de la noche cobran vida.

Tengo que dejar de fumar. Lo  pienso mientras enciendo el penúltimo cigarrillo de la noche. Me gustaría ser humo

Cuando todos duermen mi cerebro despierta y empieza a tejer sueños, a despertar a golpes de lucidez a la pura imaginación.Todo cobra sentido, todo tiene su sitio. Es cuando las palabras fluyen sin control y tengo que estar atenta para atraparlas en papel. Un día de éstos me haré con una grabadora, las mejores ideas se pierden entre las sábanas cuando el sueño por fin me vence. Quiero ser papel…

El olor de la noche, el sabor del silencio, el tacto de un recuerdo… mil sensaciones que gritaría si no fuera porque no sabría hacerlo con la suficiente fuerza y belleza para que no resultara ridículo. Fuego. La fuerza que me quema por dentro, la que sujeto durante el día, la que me hace vivir y seguir, seguir y soñar, soñar y esperar. Quiero ser fuego…


He de imaginar las estrellas, pienso mirando al cielo. En la ciudad las estrellas son difíciles de ver pero sé que están allá arriba y me esperan. Últimamente me asalta un pensamiento que se repite : siento que no tardaré mucho en dejar este plano de realidad y rezo para convertirme en estrella y que unos ojos me busquen en la noche y me entreguen sus secretos. Si, quiero ser estrella...

Quiero ser humo, papel, fuego y estrella. Tantas cosas y nada al tiempo.

Quiero irme a la cama sin pensar en tus ojos, sin que me atraviese tu olor o sin querer que tu voz me adormezca. No quiero pensar en ti porque el dolor no ayuda, porque después de sentirte dentro, tan cerca, te desvaneces como ceniza al viento. No quiero recorrer más tus calles y sentir que soy solo asfalto bajo tus pies. Quiero ser recuerdo, tu recuerdo.

Quiero ser el humo que queda del recuerdo arrugado en un papel. El fuego que todo lo purifica elevará las moléculas de mi nada hasta convertirlas en estrella brillante y solitaria que un día tú , desde tu noche, buscarás.
Guardaré tus anhelos, velaré tus deseos y haré cerrar tus ojos de puro brillo. Cuando eso suceda, cuando al mirar una estrella cierres los ojos ,recordarás y una sonrisa bordará tu boca y una palabra escapará sin freno. Esa palabra no será otra que amor.


Una vez más no lo consigo y mi último pensamiento del día vuelve  a ser para ti. Vuelvo a encender otro cigarro, éste si, éste es el de dormir.

mayo 08, 2011

Sentir, sólo sentir.


La despertaron unos golpes ligeros, rítmicos como piedrecitas en el cristal.

Le costó unos instantes ubicarse, no recordaba donde se hallaba. Todo le parecía extraño y en esos momentos en que todavía cabalgas entre el sueño y la vigilia no recordó que demonios hacía allí. Poco a poco recordó que se había instalado esa mañana en el bungaló de ese apartado pero lujoso complejo rural huyendo de una realidad que la asfixiaba. No había contado a nadie su intención de desaparecer durante un tiempo porque ni ella misma sabía que tomaría esa decisión hasta que apareció en el complejo hotelero después de seguir, como una señal, los letreros publicitarios que había ido encontrando a lo largo de la carretera por la que circulaba sin destino, sin finalidad. Fue un impulso y al llegar sintió que la paz que hacía tanto que no sentía había vuelto a ella.

Le asaltó un sentimiento de mal humor porque aquel dichoso ruido en su ventana le había fastidiado un sueño con el tipo al que había estado observando esa mañana en la playa mientras le acondicionaban el alojamiento. Todo un ejemplar masculino…

Se levantó como un resorte y salió al porche sin importarle el fresco de la madrugada y el aire húmedo del mar cercano, vestida únicamente con una camisa de hombre desgastada. Un recuerdo…

La oscuridad lo inundaba todo. Inesperadamente notó que una mano grande y cálida la tocaba. Le acarició el hombro y bajando por su brazo hacia su mano describió un camino de puro fuego. Ella sin pensarlo tomó su mano y desapareció con él y su moto.

No tenía que pensar, solo tenía que sentir, sólo quería sentir. Bloqueó su racionalidad y se dejó llevar. Deslizó los brazos por los costados y se abrazó a su pecho. Se inclinó apoyándose en su espalda y aspiró el olor que desprendía, puro, masculino, el tipo de fragancia que le hacía volver a sentirse mujer.

Sintió el frio cuero de su chaqueta sobre sus pechos y sintió endurecer sus pezones.

No se le ocurrió preguntar. En aquel momento lo único que experimentaba eran sensaciones.

Él alargó la mano hacia atrás y recorrió su muslo desnudo. – Agárrate fuerte- le ordenó.

Ella se estremeció tanto por el sonido de su voz como por el contacto rugoso de su mano…

 

Días después, en la ciudad, alguien leía el periódico mientras tomaba el desayuno. Le gustaba leer los breves de sucesos, esos que parecían no decir nada de gran relevancia por lo anónimo de sus personajes pero que encerraban auténticas tragedias de las que él bebía para sus novelas.


“Hallado cadáver sin identificar de una mujer joven en el bosque cercano a los acantilados del pueblo cántabro de Sonsés. Los excursionistas que la encontraron dicen que solo vestía una camisa de hombre. El cadáver, en avanzado estado de descomposición, no mostraba signos aparentes de violencia. Se encuentra en el depósito de la ciudad a la espera del resultado de la autopsia y su posible identificación.”

Dejó el diario sobre la mesa de un golpe, apagó el cigarrillo y tomando su cazadora de piel y su casco salió a quemar rueda con su moto…

 

mayo 02, 2011

CUÉNTAME UN CUENTO... VALE TE LO CUENTO


Erase que se era
Un príncipe,
Una araña
Y un pez en su pecera.

El príncipe, galán donde los haya, decidió un buen día pasearse por el mundo más allá de sus almenas y ataviado de palabras que lucía como perlas  y vistiendo su mejor ego se dirigió al mundo lejano a pasear sus encantos.

Hete aquí que, pasea que te pasea, se fijó en un pececillo y en su pequeño mundo transparente.
Le sorprendió que alguien pudiera vivir en un mundo tan pequeño y se preguntó si en realidad su nado despreocupado, casi inocente y su mirada limpia eran verdad. Se preguntó cómo podría vivir entre paredes de cristal y dejar al descubierto su vulnerabilidad.
Preso de la curiosidad que poseen los genios encaminó sus pasos hacia el cristal y con sus profundos ojos deslumbró al animal.
El pececillo incauto o no tanto, dejó que el príncipe le mostrara sus encantos. 
 Él que creía conocer el mundo cayó perdido cuando, al bajar la guardia, el príncipe le mostró su alma.

Quiso el caprichoso destino que almas tan distintas se unieran aunque como dicen por ahí, la felicidad dura poco en la casa del pobre y el destino, que no es para siempre, jugó de nuevo sus cartas.
En una de las esquinas de ese mundo ideal observa y teje, teje y observa la araña Doña Mentiras. Lista y taimada no dejará que uno de sus príncipes favoritos disfrute del espacio que comparte con el pececillo y sin querer queden al descubierto sus pequeños pecadillos.
Con sus ochos ojos y sus ocho patas a todas partes alcanza y cuando algo no le conviene teje una tela espesa hasta que hace invisible aquello que le molesta.
Dicen que las arañas no cantan como sirenas pero sus hilos de seda envuelven también a cualquiera. No soportaba al pez ,que ella veía insulso y tonto, y no entendía que aquel príncipe compartiera su tiempo con él en vez de con ella.
Sintiose la araña en un segundo plano y no soportándolo le habló al pez con palabras que parecían sinceras diciéndole entre susurros que el magnífico príncipe era en realidad un sapo verde.
Le dijo:
-                                    -Ten cuidado pececillo, te arrastrará a los abismos porque el príncipe riega con palabras mentirosas a todos aquellos que oyen sus palabras hermosas.
Ten cuidado del príncipe del averno, mira que yo te lo digo porque te quiero.

Fuese como fuera
la taimada Doña Mentiras consiguió que el príncipe ya no viera al pececillo como un alma gemela sino como piraña que come todo lo que entra en su pecera.
Se marchó sin avisar y el pobre pescadito, ¡qué tonto!, nunca dejó de esperar. Esperar que aquella capa de seda tejida,  espesa, casi tupida la deshiciera el tiempo.
El príncipe sigue su periplo sin mirar atrás y el pececillo  feliz lo sueña y no se para de preguntar:

         -¿Quien vive en un mundo de cristal? ¿La vanidad, la envidia o la credulidad?

Quedó la araña enredada en su propia red de sedas, el príncipe siguió su camino y el pez… el pez tranquilo en su pecera.


Busque el lector la respuesta pues ya no compete al que escribe buscar las moralejas.

mayo 01, 2011

TIEMPO DE CAMBIOS




Resbalaba una lágrima. Encorvada sobre el empedrado del suelo, reconocía cada rincón, cada fuente a lo largo del camino que llevaba hasta el Convento “chico”. Las campanas rompieron el silencio y alborotaron mi cansado corazón. El mismo tañido viejo y severo de mi niñez.
Es curioso como un mismo sonido puede despertar sentimientos tan diferentes.
De niña, cuando oía la llamada de “las viejas” - así les decían en el pueblo- el corazón me brincaba.
Sentía la necesidad de pertenecer a su mundo; un mundo de oración, paz y entrega. Me parecía que había nacido para formar parte de sus muros y su capilla.

A la edad de dieciséis años y con la oposición de mi padre, entré como novicia. Me dediqué en cuerpo y alma a lo que yo creía que era mi destino y mi vocación. El tiempo transcurría apacible, pausado, como si el mundo exterior no existiera. Al principio las noticias de casa eran escasas, mi padre les negó a mi madre y a mi hermana que pudieran escribirme ni siquiera cuatro letras por mi cumpleaños o por Navidad. Decía que si había renunciado a la familia por una vocación, que él creía equivocada, era como si hubiera muerto a los ojos de la vida, de su vida.
Fue un tormento para mi, una prueba que debía superar porque la añoranza era tan grande y el dolor de sus ausencias tan profundo que dividían mi corazón. La herida se hacía cada vez mayor y quebrantaba poco a poco mi firme decisión de permanecer entre los sagrados muros.
Pasados dos años y a punto de hacer los votos – faltaban sólo cinco meses- las cartas empezaron a llegar semanalmente. Constanza, mi hermana menor, me escribía sobre la delicada salud de mi padre, sobre las lágrimas de mi madre y sobre la tristeza que había teñido las paredes de mi casa desde mi partida. Me hablaba sobre la situación económica en la que se estaba sumiendo la familia porque debido a la enfermedad mi padre había dejado de lado el negocio y las deudas empezaban a agobiarlos. Mi padre requería una intervención quirúrgica que solo podía hacerse en la capital y los obligaba a viajar a todos con el perjuicio económico que ello suponía...
Releí mil veces las cartas y entendí que de nuevo se aproximaban cambios a mi vida.

-Madre, ¿da su permiso?
-Entra Leonor. ¿qué te aflige, hija?

La superiora hizo un gesto con la mano señalando la silla de cuero que tenía delante de su escritorio, invitándola a sentarse.
-Hija, hace días que te observo y veo con preocupación que tus ojos han perdido el brillo y que a menudo te pierdes en los rezos. Tu cabeza está en otra parte. Cuéntame, ¿en qué puedo ayudarte?

Recuerdo perfectamente, a pesar de los años, la profunda tristeza, el llanto desconsolado y el desgarro interior que me produjo tomar la decisión de dejar el convento y volver a casa.
Utilicé las arras de mi compromiso para el viaje y la operación de mi padre aunque con ello creí traicionarme, pero también sabía que estaba haciendo lo correcto al hacerme cargo del negocio familiar y convertirme en el pilar de mi casa.
Me consolé pensando que sería por poco tiempo, que era una solución transitoria mientras mi padre mejoraba pero no mejoró. Lo enterramos casi en la fecha en que yo debía convertirme en monja.

Con resignación y con una fuerza desconocida en mi, refloté poco a poco la empresa convirtiéndome en viajante de mi propio negocio. Yo que quería el recogimiento y la paz de unos muros me vi obligada a recorrer sola toda la región. Una de las primeras mujeres viajantes del país con lo que ello representaba de burlas y malos entendidos por parte de algunos hombres.
Los años pasaron entre trenes y autocares, entre kilómetros, polvo y vergüenza. Poco a poco el convento y su entorno se convirtieron en un recuerdo envuelto en papel de celofán.

Me casé, tuve hijos y mis hijos me dieron nietas. No puedo decir que fuera infeliz pero nunca logré que mi corazón sintiera el gozo de aquellos años de juventud.

Hoy, casi cuarenta años después, vuelvo a hacer el camino. Recorro de nuevo las calles y plazuelas, las empinadas escaleras y las campanas repican fuera y dentro haciendo brotar la nostalgia de un tiempo perdido.
Ya es tarde para mí, pero mi nieta María tomará los hábitos hoy, en el mismo lugar en el que debiera haberlo hecho yo tanto tiempo atrás.

No me arrepiento de nada. Creo que nada ocurre por casualidad. La nostalgia se mezcla con la felicidad de mi nieta... Mi hijo, su padre, también se opone pero aquí está su abuela, Yo le proporcioné la dote necesaria para entrar en el convento, aquella que guardé durante años para mi misma.

Solo espero que la vida sea con María más justa de lo que fue conmigo. Me aseguraré de ello.