Tú que ahora estás leyendo ésto no esperes encontrar relatos de calidad, ni brillantes ni siquiera originales.Es mi rincón, el lugar donde dejo fluir mi imaginación, mis sentimientos y la tapadera que guarda mi esencia.Gracias por entrar en mi rincón, siempre serás bienvenido.

mayo 01, 2011

TIEMPO DE CAMBIOS




Resbalaba una lágrima. Encorvada sobre el empedrado del suelo, reconocía cada rincón, cada fuente a lo largo del camino que llevaba hasta el Convento “chico”. Las campanas rompieron el silencio y alborotaron mi cansado corazón. El mismo tañido viejo y severo de mi niñez.
Es curioso como un mismo sonido puede despertar sentimientos tan diferentes.
De niña, cuando oía la llamada de “las viejas” - así les decían en el pueblo- el corazón me brincaba.
Sentía la necesidad de pertenecer a su mundo; un mundo de oración, paz y entrega. Me parecía que había nacido para formar parte de sus muros y su capilla.

A la edad de dieciséis años y con la oposición de mi padre, entré como novicia. Me dediqué en cuerpo y alma a lo que yo creía que era mi destino y mi vocación. El tiempo transcurría apacible, pausado, como si el mundo exterior no existiera. Al principio las noticias de casa eran escasas, mi padre les negó a mi madre y a mi hermana que pudieran escribirme ni siquiera cuatro letras por mi cumpleaños o por Navidad. Decía que si había renunciado a la familia por una vocación, que él creía equivocada, era como si hubiera muerto a los ojos de la vida, de su vida.
Fue un tormento para mi, una prueba que debía superar porque la añoranza era tan grande y el dolor de sus ausencias tan profundo que dividían mi corazón. La herida se hacía cada vez mayor y quebrantaba poco a poco mi firme decisión de permanecer entre los sagrados muros.
Pasados dos años y a punto de hacer los votos – faltaban sólo cinco meses- las cartas empezaron a llegar semanalmente. Constanza, mi hermana menor, me escribía sobre la delicada salud de mi padre, sobre las lágrimas de mi madre y sobre la tristeza que había teñido las paredes de mi casa desde mi partida. Me hablaba sobre la situación económica en la que se estaba sumiendo la familia porque debido a la enfermedad mi padre había dejado de lado el negocio y las deudas empezaban a agobiarlos. Mi padre requería una intervención quirúrgica que solo podía hacerse en la capital y los obligaba a viajar a todos con el perjuicio económico que ello suponía...
Releí mil veces las cartas y entendí que de nuevo se aproximaban cambios a mi vida.

-Madre, ¿da su permiso?
-Entra Leonor. ¿qué te aflige, hija?

La superiora hizo un gesto con la mano señalando la silla de cuero que tenía delante de su escritorio, invitándola a sentarse.
-Hija, hace días que te observo y veo con preocupación que tus ojos han perdido el brillo y que a menudo te pierdes en los rezos. Tu cabeza está en otra parte. Cuéntame, ¿en qué puedo ayudarte?

Recuerdo perfectamente, a pesar de los años, la profunda tristeza, el llanto desconsolado y el desgarro interior que me produjo tomar la decisión de dejar el convento y volver a casa.
Utilicé las arras de mi compromiso para el viaje y la operación de mi padre aunque con ello creí traicionarme, pero también sabía que estaba haciendo lo correcto al hacerme cargo del negocio familiar y convertirme en el pilar de mi casa.
Me consolé pensando que sería por poco tiempo, que era una solución transitoria mientras mi padre mejoraba pero no mejoró. Lo enterramos casi en la fecha en que yo debía convertirme en monja.

Con resignación y con una fuerza desconocida en mi, refloté poco a poco la empresa convirtiéndome en viajante de mi propio negocio. Yo que quería el recogimiento y la paz de unos muros me vi obligada a recorrer sola toda la región. Una de las primeras mujeres viajantes del país con lo que ello representaba de burlas y malos entendidos por parte de algunos hombres.
Los años pasaron entre trenes y autocares, entre kilómetros, polvo y vergüenza. Poco a poco el convento y su entorno se convirtieron en un recuerdo envuelto en papel de celofán.

Me casé, tuve hijos y mis hijos me dieron nietas. No puedo decir que fuera infeliz pero nunca logré que mi corazón sintiera el gozo de aquellos años de juventud.

Hoy, casi cuarenta años después, vuelvo a hacer el camino. Recorro de nuevo las calles y plazuelas, las empinadas escaleras y las campanas repican fuera y dentro haciendo brotar la nostalgia de un tiempo perdido.
Ya es tarde para mí, pero mi nieta María tomará los hábitos hoy, en el mismo lugar en el que debiera haberlo hecho yo tanto tiempo atrás.

No me arrepiento de nada. Creo que nada ocurre por casualidad. La nostalgia se mezcla con la felicidad de mi nieta... Mi hijo, su padre, también se opone pero aquí está su abuela, Yo le proporcioné la dote necesaria para entrar en el convento, aquella que guardé durante años para mi misma.

Solo espero que la vida sea con María más justa de lo que fue conmigo. Me aseguraré de ello.



4 comentarios:

  1. A veces los sueños no se ven realizados en uno mismo. Pero no deja de ser satisfactorio dejar " tu legado".

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  2. ¡Precioso!!!Me recuerda haberlo leído ¿no? si es que nos lo hemos leído casi todo...me gusta mucho como relatas!!!
    Abrazosss

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  3. Gracias Anónimo. Hay que tener una gran dosis de amor y generosidad para renunciar. Crees que tus sueños realizados por otros compensan?.
    No sé.
    Besos

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  4. Hola Aa. Es posible que lo leyeras. Intento rescatar mis textos y que no se pierdan en carpetas de carpetas.
    Claro que nos hemos leido !!! Son muchos años ya.
    Gracias de corazón.
    Besos !

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