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septiembre 07, 2016

CUPIDITAS



El deseo es libertad. Desear implica no controlar, nos vuelve excesivos, caprichosos, impulsivos, libres…


Intentaba concentrarse en el artículo que debía presentar a final de semana para la revista médica que lo había contratado. Intentaba rebatir algunas afirmaciones de Punset y en su cabeza se mezclaban las ideas y ella.

El deseo es propio de personas inteligentes…


Aunque quisiera y quería, no podía apartar de su cabeza el color de su piel, el agua resbalando por sus muslos, la expresión de placer que le provocaba una simple ducha.  Así la veía desde su ventana mientras intentaba ordenar sus ideas para escribir. La descubrió sin querer hace un par de semanas y desde entonces su cerebro había almacenado gran cantidad de información sobre ella: se levantaba temprano, se duchaba, volvía a medio día, se duchaba, dormía desnuda sobre el sofá, salía por la tarde, volvía sobre las diez, se duchaba, encendía el portátil un rato y luego apagaba la luz.

Lejos de coincidir con el divulgador científico que afirma que “Bien entendido el deseo no es una voz oscura, confusa y estúpida, sino que - en una persona madura - es luminosa, clara e inteligente” quería demostrar que el deseo nos obstaculiza la razón y él era una prueba palpable.

Su deseo era ir al edificio de enfrente, tocar el timbre, entrar y hacerle el amor hasta caer rendido. Deseaba a aquella mujer más de lo que había deseado nunca nada. Su tan cacareado autocontrol estaba astillándose, se resquebrajaba con cada imagen que retenía en sus pupilas. Había establecido una lucha tenaz consigo mismo y mucho se temía que su cerebro perdería la batalla y al final se dejaría llevar por las emociones.

¿Y qué podría perder?

Se dio cuenta que había dicho esa última frase en voz alta mientras se colaba por la puerta entreabierta que acababa de traspasar un abuelo que lo miró estupefacto


-                -     Perdón, ¿me decía algo?

-           -   No, no, lo siento. Bueno sí, ¿sabe usted en qué piso vive una chica alta, morena, delgada y bellísima? Sé que vive en el cuarto, pero no sabría la puerta…

-             -     Ah, sí, la bibliotecaria. En el cuarto B. Es hermosa, si… seguía murmurando entre dientes con una sonrisa pícara.


Le agradeció la información mientras ya estaba dentro del ascensor. No tenía ni la menor idea de qué iba a decirle cuando abriera la puerta ni cómo iba a reaccionar ella, pero tenía que mirarla de cerca e intentar exorcizarla, acabar con lo que se estaba convirtiendo en una obsesión.

Tocó la puerta y le pareció una eternidad el tiempo que transcurrió hasta que una cabeza envuelta en una toalla asomó.

-                 -Hola. No tengo ni idea de cómo hacer esto. Verás, vivo en el bloque que tienes justo enfrente y me preguntaba si… sí..

-                   -Si. Pasa.

El clic de la puerta al cerrarse tras de él sonó en su cabeza como un trueno. Una descarga eléctrica le sacudió al verla con una mínima toalla tapando su cuerpo. 


-                - Sé quién eres. Te he visto observando desde la ventana. Me preguntaba cúanto tardarías en entender el mensaje. Espera un segundo que me visto… 


A partir de ese momento todo se volvió confuso. Salió con una camiseta de tirantes y unas braguitas y se puso delante de él, que se había sentado en el sofá, con las manos en la cintura.

Deslizó sus manos por las interminables piernas desde el tobillo hasta la cadera, arrastró el elástico de la prenda íntima y la dejó caer. La atrajo hacía si apoyando la cabeza en su vientre y empezó a besarla. Al principio fueron besos dulces, simples, para ir convirtiéndose en posesivos y feroces. Sus dedos se abrieron paso entre sus muslos, atrapó con sus labios su centro de placer y su lengua saboreó cada rincón excitando su clítoris hasta hacerla gemir.



Rodaron por el suelo sin saber exactamente cuando perdió su ropa, ella se abrazaba a él estrechándose, sonriéndole con una mueca de desesperación.  Aquella pequeña mujer era fuego líquido. Lo tendió sobre su espalda y le hizo la mejor felación que nunca hubiera disfrutado. Lo llevó varias veces al límite sin dejar que satisficiera su deseo, hasta que se acomodó en su pene, cabalgándolo profundamente. Su orgasmo fue una explosión que lo volvió loco.  Perdió el poco control que le quedaba y se dedicó a disfrutarla penetrándola en posturas diferentes, suave hasta hacerla gritar de anticipación y fuerte hasta el desvanecimiento.

Perdió la noción del tiempo cuando despertaron de ese sopor que da el placer satisfecho y se dio cuenta de que no sabía, siquiera, su nombre.



-                     - Hola, le dijo mojándose los labios con la punta de la lengua, me llamo Thesa  ¿ y Tú?


¿Podía leer su mente? Maldita sea, se había colado en su cabeza.  Ese simple gesto hizo que su pene volviera a excitarse. Intentó taparse, sin saber por qué le importaba lo que ella pudiera pensar. 


-                   -      Hola Thesa, bella Thesa. Soy Raúl  y te deseo…



Un sonido electrónico lo despertó en medio de la noche. No entendía bien dónde estaba. ¿ Era su cama, su casa? ¿Estaba Thesa a su lado? Thesa…  

El sonido era la entrada de un correo electrónico que le apremiaba a entregar su artículo. Pensó en esa madrugada como abordarlo y al final escribió:



El deseo es libertad. El deseo nos convierte en el portavoz de nosotros mismos…

Nada que objetar al maestro.

Renuncio.

6 comentarios:

  1. Excelente artículo erótico, narrado con una descomunal elegancia que va describiendo paso a paso, con naturalidad la bellena que contiene.

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  2. Muy bien escrito, lo haces de maravillas.
    Aunque yo creo que el deseo no es libertad. El deseo atrapa, embruja, confunde, ahoga. Es adictivo, deja huellas. El deseo arrasa, domina, ata, no tiene alas. Y no por eso podemos dejar de desear. Porque quizás allí hay mucho de vida. De fuerza interior...
    También creo que no pasa por inteligencia sino por instinto.
    Es complicado...
    Pero leyendo esto, sin dudas, logras tranformar mis dudas en humedades :-)
    Abrazo, La Colo

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    Respuestas
    1. Gracias , Coló
      sin duda eso era lo que el protagonista quería escribir para desmontar a Punset en su libro "El alma está en el cerebro" pero luego se dio cuenta de que justo en el momento en que el deseo lo poseyo era absolutamente libre de cualquier convencionalismo, atadura moral o social.... sólo él Y su deseo

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    2. Ah y por cierto. ...Que buenas son algunas humedades...

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