El
mar batía sus olas con fuerza contra las rocas en la que se apoyaba el
viejo faro. Desde dentro el sonido era atronador. El silencio roto por
un viejo vinilo era engullido por la furia del mar. Acabó la música y no
se movió. Siguió sentada , con los pies recogidos , sin tocar el suelo.
Se dejó llevar por el ritmo que marcaba la tormenta y poco a poco cerró
los ojos. Sentía que el corazón descansaba
por primera vez en mucho tiempo. Dejó de pensar, se sentía en paz. De
pronto un pensamiento le acuchilló haciéndole saltar. ¿ qué pasará
cuando la tormenta amaine? Volverán los sonidos del teléfono, la
vorágine de correos electrónicos, los sentimientos rotos, las palabras
que luchan por salir y que no deben, el control férreo al que se somete
diariamente por mantener un equilibrio que ahora mismo se le antoja
falso. Volverá el deseo de escapar de una vida que le asfixia, de una
situación familiar que la destruye minuto a minuto...
Su pulso se aceleró, perdió el paso con la tormenta. Las manos se frotaban una a otra y el monstruo que grita le arañaba las entrañas queriendo salir.
Un trueno la paralizó de nuevo. Un trueno como una señal que te hace salir de tu oscuridad, del miedo que te aprieta hasta ahogarte y sencillamente lo supo.
Tenía miedo, siempre lo tuvo a pesar de que todos creían que era fuerte. Estaba cansada de luchar contra el miedo de vivir y simplemente lo supo. Subió la empinada escalera que la llevaba a la linterna, Cada escalón que dejaba atrás la hacía sentir más ligera hasta que al llegar arriba se sentía liviana, casi etérea. Dejó que la lluvia le mojara el cuerpo, abrió los brazos y se inclinó sobre las olas. Prefirió bailar con el mar y bailó.
Su pulso se aceleró, perdió el paso con la tormenta. Las manos se frotaban una a otra y el monstruo que grita le arañaba las entrañas queriendo salir.
Un trueno la paralizó de nuevo. Un trueno como una señal que te hace salir de tu oscuridad, del miedo que te aprieta hasta ahogarte y sencillamente lo supo.
Tenía miedo, siempre lo tuvo a pesar de que todos creían que era fuerte. Estaba cansada de luchar contra el miedo de vivir y simplemente lo supo. Subió la empinada escalera que la llevaba a la linterna, Cada escalón que dejaba atrás la hacía sentir más ligera hasta que al llegar arriba se sentía liviana, casi etérea. Dejó que la lluvia le mojara el cuerpo, abrió los brazos y se inclinó sobre las olas. Prefirió bailar con el mar y bailó.
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