Vuelve la música. Vuelve sin que la espita se abra y llore.
Los cuadros colgados son el recuerdo de la sal de las
heridas, las horas anestesiadas de un dolor sordo y mudo que por fin salieron.
Nada es para siempre, ni siquiera el desamor que te pulveriza el orgullo, que
marchita el pulso y ennegrece los ojos y todo lo que ven. Todavía quedan silencios,
pero sus gritos son cada vez más lejanos. Poco a poco se hacen ecos
imperceptibles de una historia que nunca debió ocurrir. Recompuestos “los
adentros” volveremos a fijarnos en “las afueras” de un cuerpo que se resiste a
la decadencia.
La luz, se ve una luz. A veces luciérnaga, otras estallido
fulgurante, pero siempre luz.
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