El deseo es libertad. Desear implica no controlar, nos vuelve
excesivos, caprichosos, impulsivos, libres…
Intentaba concentrarse en el
artículo que debía presentar a final de semana para la revista médica que lo
había contratado. Intentaba rebatir algunas afirmaciones de Punset y en su
cabeza se mezclaban las ideas y ella.
El deseo es propio de personas inteligentes…
Aunque quisiera y quería, no
podía apartar de su cabeza el color de su piel, el agua resbalando por sus
muslos, la expresión de placer que le provocaba una simple ducha. Así la veía desde su ventana mientras
intentaba ordenar sus ideas para escribir. La descubrió sin querer hace un par
de semanas y desde entonces su cerebro había almacenado gran cantidad de
información sobre ella: se levantaba temprano, se duchaba, volvía a medio día,
se duchaba, dormía desnuda sobre el sofá, salía por la tarde, volvía sobre las diez,
se duchaba, encendía el portátil un rato y luego apagaba la luz.
Lejos de coincidir con el
divulgador científico que afirma que “Bien entendido el deseo no es una voz
oscura, confusa y estúpida, sino que - en una persona madura - es luminosa,
clara e inteligente” quería demostrar que el deseo nos obstaculiza la razón y
él era una prueba palpable.
Su deseo era ir al edificio de
enfrente, tocar el timbre, entrar y hacerle el amor hasta caer rendido. Deseaba
a aquella mujer más de lo que había deseado nunca nada. Su tan cacareado
autocontrol estaba astillándose, se resquebrajaba con cada imagen que retenía
en sus pupilas. Había establecido una lucha tenaz consigo mismo y mucho se
temía que su cerebro perdería la batalla y al final se dejaría llevar por las
emociones.
¿Y qué podría perder?
Se dio cuenta que había dicho esa
última frase en voz alta mientras se colaba por la puerta entreabierta que
acababa de traspasar un abuelo que lo miró estupefacto
- -
Perdón, ¿me decía algo?
- -
No, no, lo siento. Bueno sí, ¿sabe usted en qué
piso vive una chica alta, morena, delgada y bellísima? Sé que vive en el cuarto,
pero no sabría la puerta…
- -
Ah, sí, la bibliotecaria. En el cuarto B. Es hermosa,
si… seguía murmurando entre dientes con una sonrisa pícara.
Le agradeció la información
mientras ya estaba dentro del ascensor. No tenía ni la menor idea de qué iba a
decirle cuando abriera la puerta ni cómo iba a reaccionar ella, pero tenía que
mirarla de cerca e intentar exorcizarla, acabar con lo que se estaba
convirtiendo en una obsesión.
Tocó la puerta y le pareció una
eternidad el tiempo que transcurrió hasta que una cabeza envuelta en una toalla
asomó.
-
-Hola. No tengo ni idea de cómo hacer esto. Verás,
vivo en el bloque que tienes justo enfrente y me preguntaba si… sí..
-
-Si. Pasa.
El clic de la puerta al cerrarse
tras de él sonó en su cabeza como un trueno. Una descarga eléctrica le sacudió
al verla con una mínima toalla tapando su cuerpo.
- - Sé quién eres. Te he visto observando desde la
ventana. Me preguntaba cúanto tardarías en entender el mensaje. Espera un
segundo que me visto…
A partir de ese momento todo se
volvió confuso. Salió con una camiseta de tirantes y unas braguitas y se puso
delante de él, que se había sentado en el sofá, con las manos en la cintura.
Deslizó sus manos por las
interminables piernas desde el tobillo hasta la cadera, arrastró el elástico de
la prenda íntima y la dejó caer. La atrajo hacía si apoyando la cabeza en su
vientre y empezó a besarla. Al principio fueron besos dulces, simples, para ir convirtiéndose
en posesivos y feroces. Sus dedos se abrieron paso entre sus muslos, atrapó con
sus labios su centro de placer y su lengua saboreó cada rincón excitando su clítoris
hasta hacerla gemir.
Rodaron por el suelo sin saber
exactamente cuando perdió su ropa, ella se abrazaba a él estrechándose,
sonriéndole con una mueca de desesperación. Aquella pequeña mujer era fuego líquido. Lo
tendió sobre su espalda y le hizo la mejor felación que nunca hubiera disfrutado.
Lo llevó varias veces al límite sin dejar que satisficiera su deseo, hasta que
se acomodó en su pene, cabalgándolo profundamente. Su orgasmo fue una explosión
que lo volvió loco. Perdió el poco control
que le quedaba y se dedicó a disfrutarla penetrándola en posturas diferentes,
suave hasta hacerla gritar de anticipación y fuerte hasta el desvanecimiento.
Perdió la noción del tiempo
cuando despertaron de ese sopor que da el placer satisfecho y se dio cuenta de
que no sabía, siquiera, su nombre.
- - Hola, le dijo mojándose los labios con la punta
de la lengua, me llamo Thesa ¿ y Tú?
¿Podía leer su mente? Maldita
sea, se había colado en su cabeza. Ese
simple gesto hizo que su pene volviera a excitarse. Intentó taparse, sin saber
por qué le importaba lo que ella pudiera pensar.
- -
Hola Thesa, bella Thesa. Soy Raúl y te deseo…
Un sonido electrónico lo despertó
en medio de la noche. No entendía bien dónde estaba. ¿ Era su cama, su casa? ¿Estaba
Thesa a su lado? Thesa…
El sonido era la entrada de un
correo electrónico que le apremiaba a entregar su artículo. Pensó en esa
madrugada como abordarlo y al final escribió:
El deseo es libertad. El deseo nos convierte en el portavoz de nosotros
mismos…
Nada que objetar al maestro.
Renuncio.