Cuando vives al limite, los limites dejan de tener sentido.
Supongo que caminar por un alambre a cincuenta metros del suelo y sin red , hace que desees un pavimento firme por el que caminar hasta con los ojos cerrados, pero hasta eso llega a hartarte.
La aventura es peligrosa pero la rutina es mortal. La pasión de vivir y por vivir, ese es la verdadero camino. No importa si te resientes de los huesos por haber estado a la intemperie sin abrigo, importa que los huesos no te duelan de inmovilismo vital.
Por eso, ponte el mundo por montera, agita los brazos hasta que te salgan alas, desplaza los limites hasta el punto que te dejen respirar, atrapa la vida antes de que ella te atrape a ti.
Olvida los prejuicios, olvida a los que te prejuzgan, olvida a quien te quiere con un amor pírrico, a quien no te ofrezca un viaje increíble cada vez que te mire, que te de con o sin palabras lo que necesitas sin que tengas que pedirlo.
Si la vida pone ante ti cucharadas de felicidad, tómalas , aunque estén fuera de los limites. Esos que, sin saber cómo, se te pegaron a la piel.
No te pongas capas que no necesitas, sólo VIVE.
Así se expresaba Doña Luz, sentada en su silla de enea a la puerta de su casita blanca, cuando fui a visitarla aquel sábado. Nunca supe a que vino, qué vio en mis ojos o qué no dije y ella oyó atravesado en mi garganta.
Le hacía honor al nombre. Era pura luz. Me encantaba sentarme a su lado y escuchar. Al final de su camino las conversaciones dejaron de serlo para convertirse en monólogos atropellados. Unas veces era su hija, otras su amiga de la infancia, otras la vecina de la casa contigua y otras sólo yo. En cada uno de los papeles que su mente enferma me otorgaba, me regalaba un trocito de su vida. Apasionante,
fresca, dura, y siempre consciente. Consciente de lo que quería, de su pelea por conseguirlo, de las frustraciones cuando no lo hacía...
Doña Luz era una luchadora incansable que , como ella decía, nunca se puso los zapatos de otros y nuca dejó que se pusieran los suyos. Era un ser libre, absolutamente libre aunque la libertad , a veces, se mida también en lágrimas.
Ahora, que ya casi le alcanzo en la edad en que yo empecé a sentarme en aquel porche al atardecer, entiendo muchas cosas. Ahora es el momento de abrir los brazos, dejarme acariciar por el sol templado de un invierno prematuro y vivir, sólo vivir.
Supongo que caminar por un alambre a cincuenta metros del suelo y sin red , hace que desees un pavimento firme por el que caminar hasta con los ojos cerrados, pero hasta eso llega a hartarte.
La aventura es peligrosa pero la rutina es mortal. La pasión de vivir y por vivir, ese es la verdadero camino. No importa si te resientes de los huesos por haber estado a la intemperie sin abrigo, importa que los huesos no te duelan de inmovilismo vital.
Por eso, ponte el mundo por montera, agita los brazos hasta que te salgan alas, desplaza los limites hasta el punto que te dejen respirar, atrapa la vida antes de que ella te atrape a ti.
Olvida los prejuicios, olvida a los que te prejuzgan, olvida a quien te quiere con un amor pírrico, a quien no te ofrezca un viaje increíble cada vez que te mire, que te de con o sin palabras lo que necesitas sin que tengas que pedirlo.
Si la vida pone ante ti cucharadas de felicidad, tómalas , aunque estén fuera de los limites. Esos que, sin saber cómo, se te pegaron a la piel.
No te pongas capas que no necesitas, sólo VIVE.
Así se expresaba Doña Luz, sentada en su silla de enea a la puerta de su casita blanca, cuando fui a visitarla aquel sábado. Nunca supe a que vino, qué vio en mis ojos o qué no dije y ella oyó atravesado en mi garganta.
Le hacía honor al nombre. Era pura luz. Me encantaba sentarme a su lado y escuchar. Al final de su camino las conversaciones dejaron de serlo para convertirse en monólogos atropellados. Unas veces era su hija, otras su amiga de la infancia, otras la vecina de la casa contigua y otras sólo yo. En cada uno de los papeles que su mente enferma me otorgaba, me regalaba un trocito de su vida. Apasionante,
fresca, dura, y siempre consciente. Consciente de lo que quería, de su pelea por conseguirlo, de las frustraciones cuando no lo hacía...
Doña Luz era una luchadora incansable que , como ella decía, nunca se puso los zapatos de otros y nuca dejó que se pusieran los suyos. Era un ser libre, absolutamente libre aunque la libertad , a veces, se mida también en lágrimas.
Ahora, que ya casi le alcanzo en la edad en que yo empecé a sentarme en aquel porche al atardecer, entiendo muchas cosas. Ahora es el momento de abrir los brazos, dejarme acariciar por el sol templado de un invierno prematuro y vivir, sólo vivir.