El día se está haciendo interminable. No veo el momento en que, acabada la cena, el dulce barón quiera seducirme.
He dado orden a mi camarera de que prepare el bebedizo que tantos buenos resultados me ha proporcionado desde hace un tiempo. Mi ama de cría, Maruna, me confió la receta cuando viendo que ningún varón saciaba mis apetitos, mis ansias, me consumía el deseo insatisfecho.
Ginebra, leche fresca de coco, jengibre recién rallado y pernod. Ahí estaba el secreto para hacer que el sable del barón no perdiera el filo en toda la noche. Bendita Maruna. Nadie como ella ha sabido entender que a través de mi cuerpo es de la única manera que puedo rebelarme a mi cárcel de oro y a un ambiente que me asfixia. Siempre sometida a la voluntad masculina aprendí que mi cuerpo era la herramienta para someterlos, a ellos, a mi voluntad.
Mi padre es el primer afectado de mi actitud, aunque aun no lo sabe. Claro que no me follo a mi padre pero cuando lo hago con otros siento que mi victoria sobre él está más cerca. Quizá fuera así al principio o quizá es mi explicación a mi calentura sin límite pero ahora mis ansias me superan y no encuentro varón que pueda satisfacerlas. La petite mort se ha convertido para mí en la más dulce de las drogas. Alcanzar esa pérdida de conciencia inmediatamente después del coito me vuelve loca. Quiero más, siempre quiero más…
He dado instrucciones de que se obsequie al barón con el elixir justo después de la cena, cuando los caballeros se retiran a fumar a la biblioteca. Yo esperaré al final de la escalera. El efecto es casi inmediato y la necesidad de envainar su sable le hará buscar la mejor vaina. Y esa soy yo. Ya noto la humedad entre mis piernas, noto las palpitaciones de mi sexo. Esperaré, queda tan poco…
Las miradas en la cena han sido tímidas al principio jugando al gato y al ratón. Me miras, bajo la mirada despacio, no me miras te busco yo, paseando la cuchara de la sopa por mis labios, relamiendo, casi como una niña, la comisura de mi boca con la punta de la lengua. Al final nos devorábamos con los ojos, ya lo tenía en el punto perfecto. Ahora el elixir de amor lo llevaría hasta mi cama.
Se retiran... Mi padre me ha llamado la atención sobre mis modales. Casi me ha obligado a retirarme a mis aposentos, justo dónde yo quiero estar.
Maruna ha salido de la habitación y me ha susurrado al oído que no olvide la esponja empapada en vinagre para evitarle un vástago al barón y un disgusto al Conde ,mi padre. Siempre me prepara dos jofainas: una con la esponja del tamaño de una cereza que tengo que introducirme bien adentro y otra con agua caliente y especias que lo volverá loco cuando quiera cobrar su pieza, no podrá parar de lamer y chupar y él también querrá más y más.
*IMAGEN: óleo de Francisca (Fung Kau) Cheng. CEGUERA