-Tráeme eso nena, por favor.
-¿El qué mamá?
-¡ Eso! - decía señalando- aquello que está allí. Hija pareces boba nunca entiendes nada.
Siempre me pareció graciosa la manera en que mi madre solía pedirme cualquier cosa. Suponía un buen rato de risas hasta que se enfadaba, claro, por sospechar que le tomaba el pelo como efectivamente sucedía.
-Ah si, espera. Quieres las zapatillas ¿ no? No, no, perdona, te refieres a la bobina de hilo... ah no, que no es eso (las carcajadas amenazaban en estallar) ya, ya espera, seguiré con detenimiento la dirección que me indica tu dedo, eso me dará la pista definitiva... Ahí empezaba a volar su zapatilla con el objetivo de borrarme la sonrisa de la cara. Yo encogía el gesto, me ponía seria y le daba lo que pedía.
A menudo se le perdían las palabras, parecían atascárseles en algún lugar entre el paladar y los labios. Yo imaginaba, mientras la veía andar arriba y abajo, que tras sus pasos encontraría esparcidas por el suelo las que se le filtraban por un orificio imperceptible que mi fantasía situaba entre la espesura blanca de su nuca.
Mira – pensaba- ahí están las “tijeras” del otro día, “el bote de harina” de hoy, el “paraguas” de ayer... Recuerdo que me inclinaba a recogerlas y las iba guardando en un cofre imaginario al que llamé El cofre de las palabras de mamá. El fantástico cofre se fue haciendo día a día más pesado.
Poco a poco se le fueron perdiendo más palabras y con ellas las ideas de lo que quería hacer o decir en cada momento.
Dejó de parecerme gracioso el día que olvidó “eso” en el horno y casi provoca un incendio o cuando entraba en una habitación y dando vueltas sobre si misma se preguntaba, con lágrimas en los ojos, qué había ido a hacer allí.
Se le perdió el verbo, las ideas y hasta la mirada. No sé dónde fue mi madre a buscar sus palabras, lo que sé es que un día ya no regresó. La persona a la que ahora enseñaba a hablar ya no es ella.
He tenido que aprender a dibujar. Sencillos dibujos con colores muy vivos. Ahora están colgados por toda la casa. Las palabras que un día perdió las he ido atrapando en cartulinas pintadas:
Mesa, nevera, cama, silla
Armario, agua, pan, cucharilla
Baño, jabón, toalla, pastilla
Mamá, “mi nombre”, besos, pesadilla.
A veces me preguntan de dónde saco las fuerzas, la paciencia. Yo les digo que sólo tengo que abrir despacito y con cariño el cofre donde una vez guardé con humor pero con mimo las palabras de mamá.
Soy ahora su voz, su mano, sus ojos y solo tengo un deseo : que el día de su partida me mire, me sonría y pueda decirme Adiós hija mía.